¿Oras? parte 2. J.C. Ryle
La oración consigue
nuevos y continuos derramamientos del Espíritu Santo. Sólo Él empieza la obra
de gracia en el corazón del hombre. Sólo Él puede hacerla progresar. Pero el
Espíritu quiere que se le suplique. Y aquellos que piden más, siempre serán los
que son más influidos por Él.
La oración es el
remedio más seguro contra el diablo y la tentación. Nunca puede permanecer
adherido y resistirse un pecado contra el que se ora con fervor. Si invocamos
al Señor para que le eche, el diablo nunca va a tener un largo dominio sobre
nosotros. Pero hemos de presentar nuestro caso delante del Médico Celestial, si
nos ha de conceder alivio. Hemos de arrastrar a los diablos que nos acosan a
los pies de Cristo y pedirle que los empuje al abismo.
Lector, ¿quieres crecer
en la gracia y ser un cristiano santo? Puedes estar seguro que nunca se te
puede hacer una pregunta más importante que ésta: ¿ORAS?
VI. Te pregunto si
oras, porque el descuido de la oración es una de las principales causas de que
los cristianos se vuelvan atrás.
Hay algo que es
volverse atrás en la religión, después de haber hecho una buena profesión de
fe. Personas que van bien durante una temporada, como los gálatas, pero que
luego se desvían para seguir a falsos maestros. Hombres que dan testimonio en
voz muy alta, cuando sus sentimientos arden, pero que luego, como Pedro, niegan
al Señor en la prueba. Personas que pierden el primer amor, como los cristianos
de Efeso. Personas cuyo celo para hacer el bien se enfría, como Marcos, el
compañero de Pablo. Hombres que siguen al apóstol un tiempo y, luego, como
Dimas, se vuelven al mundo. Todo esto pasa.
Es muy triste ser un
apóstata. Quizás es una de las peores cosas que puede sucederle a un hombre. Un
barco sin timón, un arpa sin cuerdas, una iglesia en ruinas, o un jardín lleno
de malas hierbas, todo esto son cosas tristes, pero un apóstata es algo más
triste aún. La verdadera gracia nunca se extingue, y la verdadera unión con
Cristo nunca se rompe, de esto no me cabe duda. Pero un hombre puede apartarse tanto,
que pierde de vista su propia gracia y desespera de su salvación. Y si esto no
es el infierno, es lo que más se le parece. Una conciencia herida, una memoria
llena de reproches, un corazón atravesado por las flechas del Señor, esto es un
anticipo del infierno.
¿Cuáles son las razones
de este volverse atrás? Creo que, como regla general, el motivo principal es el
descuido de la oración. Esta es mi opinión como ministro de Cristo, y estudioso
del corazón humano.
Cuando se lee la Biblia
sin oración, o se escuchan sermones, o se contrae matrimonio, o se hacen
viajes, en fin, se hacen toda clase de actividades sin oración, estamos
descendiendo peldaños hacia la condición de parálisis espiritual, y se llega al
punto en que Dios permite que esta persona haga una tremenda caída.
Éste es el proceso que
vemos en el contemporizador Lot, el inestable Sansón, el apasionado Salomón, el
inconsistente Josafat, y el de tantos que podemos hallar en la Iglesia de
Cristo. Con frecuencia, la historia de estos casos es simple: descuidaron la
oración privada.
Lector, puedes estar
bien seguro que los hombres caen primero en privado antes de caer en público.
El problema fue que no doblaron las rodillas. Como Pedro, descuidaron el aviso
del Señor de velar y orar y, por ello, sin fuerzas, en la hora de la tentación
negaron al Señor.
El mundo toma nota de
su caída y se mofa. Pero el mundo no sabe nada de la verdadera razón. Los
paganos consiguieron que el anciano cristiano, Orígenes, ofreciera incienso a
un ídolo cuando le amenazaron con un castigo peor que la muerte. Fue un gran
triunfo para ellos el hacerle caer en la cobardía y la apostasía. Lo que los
paganos no sabían y que nos cuenta el mismo Orígenes, es que aquella mañana se
había levantado y dejado su cuarto de prisa, sin haber terminado sus oraciones
acostumbradas.
Lector, si eres un
verdadero cristiano, confío que nunca caerás en la apostasía. Pero, si no
quieres hacerte atrás, recuerda la pregunta: ¿ORAS?
VII. Te pregunto,
finalmente, si oras, porque la oración es una de las mejores recetas para
conseguir felicidad y contento.
Vivimos en un mundo en
que abundan las penas. Éste es el estado del mundo desde que el pecado entró en
él. No hay pecado sin aflicción. Y hasta que el pecado sea expulsado del mundo,
es en vano intentar escapar de las penalidades.
Para algunos, la copa
de penas que han de beber es mayor que para otros. Pero pocos son los que se
escapan de ellas. Nuestros cuerpos, propiedades, familias, hijos, amigos,
vecinos, todo ello es una posible fuente de cuidados y desazón. Enfermedades,
muertes, separaciones, ingratitudes… todo esto es común. Cuanto mayores son
nuestros afectos, más profundas serán nuestras aflicciones, y cuanto más amor,
más lágrimas.
Y ¿cuál es la mejor
receta para procurarse el contento en un mundo así? ¿Cómo podemos cruzar este
valle de lágrimas con un mínimo de dolor? No conozco mejor receta que el hábito
de llevarlo todo a Dios en oración.
Éste es el simple
consejo que da la Biblia, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo. ¿Qué dice
el Salmista? «Llámame en el día de la angustia, y yo te libraré, y tú me
glorificarás.» (Salmo 1:15.) «Echa tu carga sobre Dios y Él te sustentará: No,
no dejará para siempre caído al justo.» (Salmo 55:22.) ¿Qué dice el apóstol
Pablo? «Por nada os inquietéis, sino que sean presentadas vuestras peticiones
delante de Dios mediante oración y ruego con acción de gracias. Y la paz de
Dios, que sobrepasa a todo entendimiento, guardará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús.» (Filipenses 4:6, 7.) ¿Qué dice el
apóstol Santiago? «¿Hay alguno afligido entre vosotros? Que ore.»
Esta fue la práctica de
todos los santos cuya historia registra la Escritura. Fue lo que hizo Jacob
cuando temía el encuentro con Esaú. Lo que hizo Moisés cuando el pueblo estaba
a punto de apedrearle en el desierto. Lo que hizo Josué cuando Israel fue
derrotado en Hay. Esto es lo que hizo David cuando estaba en peligro en Keila;
Ezequías, cuando recibió las cartas de Senaquerib. Esto es lo que hizo la
Iglesia cuando pusieron a Pedro en la cárcel, y Pablo cuando fue echado a la
mazmorra de Filipos.
El único modo de ser
realmente feliz en un mundo así es echar siempre todos los cuidados sobre Dios.
Es el tratar de llevar las propias cargas lo que entristece a los creyentes. Si
le presentaran sus cuitas a Dios, podrían llevarlas con más facilidad que
Sansón llevó las puertas de Gaza. Si quieren acarrearlas sobre sus hombros
están siempre abrumados.
Hay un amigo que está
esperando siempre para ayudarnos, si queremos abrirle el pecho cuando estamos
afligidos. Un amigo que se compadecía de los pobres, enfermos y afligidos
cuando estaba sobre la tierra; un amigo que conoce el corazón del hombre, pues
anduvo treinta y tres años entre nosotros, un amigo que llora con los que
lloran, experimentado en quebrantos, un amigo que puede ayudarnos, pues no hay
mal para el que no pueda ofrecer remedio. Este amigo es Jesucristo. El camino
de la felicidad es tener siempre abierto nuestro corazón a Él. ¡Oh!, si todos
fuéramos como el pobre cristiano negro a quien amenazaron castigarle: «Voy a
contárselo al Señor», respondió.
Jesús puede hacer feliz
a aquellos que confían en Él e invocan su nombre, cualesquiera que sean sus
condiciones externas. P-1 puede darles paz en el corazón aunque estén en una
cárcel, contento en medio de la pobreza, consuelo en la desolación, gozo al
borde de una tumba. Hay plenitud en Él para los miembros que creen, una
plenitud que está dispuesto a derramar sobre todo aquel que se lo pide en
oración. ¡Oh, si los hombres quisieran entender que la felicidad no depende de
las circunstancias exteriores, sino del estado del corazón!
La oración puede
aligerar una cruz, por pesada que sea. Puede poner a nuestro lado a Aquel que
nos ayudará a llevarla. La oración puede abrir puertas que a nosotros nos
parecen cerradas a piedra y lodo. Puede traernos a Aquel que dice: «Éste es el
camino, anda por él.» La oración puede dejar pasar un rayo de esperanza a
través de las tinieblas más densas. Puede hacernos oír las palabras: «No te
desapararé ni te dejaré.» La oración puede aliviarnos cuando se van aquellos a
quienes amamos. Puede llenar los huecos de nuestro corazón y hacer que sus olas
agitadas se calmen. ¿Por qué los hombres no se darán cuenta, como Agar, de que
tienen a su lado el pozo del que pueden sacar agua en abundancia, en tanto que
se están muriendo de sed?
Lector, quiero que seas
feliz. Lo mejor que puedo hacer para conseguirlo es preguntarte: ¿ORAS?
Y ahora, tengo que
terminar. Espero que te he hecho notar cosas que debes considerar seriamente.
Ruego a Dios que bendiga tu alma.
Sólo voy a decir
unas pocas palabras a aquellos que no oran. Algunos que leen estas páginas no
pertenecerán al grupo de los que oran. Quiero darles el mensaje que Dios ha
puesto en mis manos para ellos.
Lector que no oras.
Quiero advertirte, y muy solemnemente. Estás en grave peligro. Si mueres en tu
estado presente tu alma será perdida. Te volverás a levantar, pero será para un
estado de miseria eterna. Quiero decirte que de todos los cristianos profesos,
tú eres el que tiene menos excusas. No hay una sola buena excusa para que vivas
sin oración.
Es inútil decir que no
sabes orar. La oración es el acto más simple en toda la religión. Es
simplemente orar a Dios. No se necesita sabiduría ni conocimientos especiales
para empezar. Lo que se requiere es corazón y voluntad. El niño más débil llora
cuando tiene hambre, y el mendigo más pobre extiende la mano y no pide con
lenguaje adornado. El hombre más ignorante tiene palabras para dirigir a Dios;
basta con que quiera decirlas.
Es inútil decir que no
hallas lugar apropiado para hacerlo. Cualquier sitio es apropiado. Nuestro
Señor oraba en una montaña; Pedro en un terrado; Isaac en el campo; Natanael
bajo una higuera; Jonás en el vientre de una ballena. Cualquier sitio puede ser
un aposento, un oratorio, un Betel, para ponernos delante de la presencia de
Dios.
Es inútil decir que no
tienes tiempo. Hay tiempo en abundancia, si se quiere usar. Puede que no sobre,
pero siempre basta. Daniel se cuidaba del reino v oraba tres veces al día.
David era rey de una poderosa nación Y, con todo, decía: «Tarde y mañana y a
mediodía oraré y clamaré, y Él oirá mi voz.» (Salmo 55:17.) Cuando se quiere
tener tiempo, se encuentra.
Es inútil decir que no
puedes orar hasta que tengas fe y un nuevo corazón, y que tienes que aguardar
hasta poseerlos. Esto es añadir más pecado al pecado anterior. Es malo no
convertirse e ir al infierno. Pero aún es peor decir: «Lo sé, pero no pediré
misericordia.» Éste es un tipo de argumento que no se halla respaldado en la
Escritura. «Llamad a Jehová en tanto que está cercano», dice Isaías (55:6).
«Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle… »
(Oseas 14:2.) «Arrepiéntete… y ruega a Dios», le dijo Pedro a Simón el Mago
(Hechos 8:22). Si quieres tener fe y un nuevo corazón, ve al Señor y pídeselos.
El mismo intento de orar ha significado el avivamiento de muchas almas muertas.
¡Ay, no hay diablo tan peligroso como un diablo mudo!
Oh, lector que no oras!
¿Quién eres tú que no vas a pedirle nada a Dios? ¿Has hecho un pacto con la
muerte y el infierno? ¿No tienes pecados para que te sean perdonados? ¿No le
temes al tormento eterno? ¿No tienes deseo de ir al cielo? ¡Ojalá despertaras
de tu presente locura! ¡Que consideraras tu fin! ¡Que te levantaras y acudieras
a Dios! ¡Ay, llega un día en que muchos dirán: «Señor, Señor, ábrenos»!, pero
será tarde: en que muchos dirán a las rocas que los cubran, y a los collados
que los escondan; lo dirán aquellos que nunca invocaron el nombre de Dios.
Lector, con afecto te aviso. Evita este fin para tu alma. La salvación está
cercana. No te pierdas ir al cielo por no pedirlo.
2. Una palabra, ahora,
para aquellos que tienen verdaderos deseos de salvación, pero que no saben los
pasos que han de seguir o cómo han de empezar. Deseo que muchos de mis lectores
se hallen en este estado mental, Y aunque fuera para uno sólo, diría estas
palabras de aviso y ánimo.
Hay que dar el primer
paso en todo viaje. Tiene que haber un cambio que venza la inercia de estar
quieto. El viaje de Egipto a Canaán duró cuarenta años para Israel, y fue largo
y penoso; por fin atravesaron el Jordán; pero tuvieron que dar el primer paso.
¿Cuándo da el hombre el primer paso para salir del mundo y el pecado? Lo da el
primer día en que ora de todo corazón.
En todo edificio hay
que poner la primera piedra. Noé tardó 120 años en construir el arca, pero tuvo
que dar el primer golpe de hacha. El templo de Salomón era un edificio
glorioso, pero hubo que colocar la primera piedra. ¿Cuándo empieza a aparecer
el edificio del Espíritu en el corazón del hombre? Empieza, por lo que podemos
juzgar, el primer día que derrama su corazón a Dios en oración.
Lector, si deseas ser
salvo y quieres saber lo que tienes que hacer, te advierto que vayas hoy mismo
a Jesucristo, y en el primer lugar aparte que encuentres, le pidas en oración
que salve tu alma.
Dile que has oído que
recibe a los pecadores, y que ha dicho: «Al que a mí viene no le echo fuera.»
Dile que eres un vil pecador, y que acudes a P-1 por fe en su invitación. Dile
que te pones enteramente en sus manos, que te sientes ruin, impotente y sin
esperanza en ti, y que a menos que él te salve, no puedes ser salvo. Pídele que
te libre de tu culpa, del poder y las consecuencias del pecado. Pídele que te
perdone y te limpie con su propia sangre. Pídele que te dé un nuevo corazón y
ponga el Espíritu Santo en tu alma. Pídele que te dé gracia, fe y la voluntad y
poder de ser su discípulo y siervo el resto de tu vida y para siempre. Lector:
ve este mismo día, y dile estas cosas al Señor Jesucristo, si piensas
seriamente en tu alma.
Díselo con tus propias
palabras, como le dirías a un médico dónde te duele si lo necesitaras. Si tu
alma se siente enferma, puedes decírselo a Cristo.
No dudes, por el hecho
de que eres un pecador, de su buena voluntad para salvarte. Ésta es su misión,
salvar a los pecadores. De sí mismo dice: «No he venido a llamar justos, sino
pecadores a arrepentimiento. » (Lucas 5:32.)
No esperes a sentirte
digno. No esperes nada ni a nadie. El esperar es del diablo. Tal como estás, ve
a Cristo. Cuanto peor te consideres, más necesitas ir a él y pedirle ayuela.
Por más que lo intentes tú nunca vas a mejorarte por tu cuenta sin ir a Él.
No temas, aunque tu
lenguaje sea pobre, tu lengua débil N, tartamuda. Jesús te entiende, como una
madre entiende al niño que balbucea. Jesús puede leer un suspiro o un gemido.
No te desanimes si no
recibes respuesta inmediata. Mientras estás hablando, Jesús te escucha. Si
demora la respuesta es por razones de prudencia, y para ver si eres sincero.
Sigue pidiendo, y la respuesta no tardará mucho en llegar. Aunque se demore
algo, llegará al fin.
Lector, si tienes deseo
de ser salvo, recuerda este consejo. Obra con sinceridad y serás salvo.
3. Voy a decir algo,
finalmente, a los que oran. Espero que algunos que leen este libro saben bien
lo que es la oración y tienen el espíritu de adopción. A los tales ofrezco unas
palabras de exhortación y fraternal consejo. El incienso ofrecido en el tabernáculo
tenía que ser preparado en una forma especial. No se podía usar cualquier clase
de incienso. Del mismo modo, seamos cuidadosos en la forma y fondo de nuestras
oraciones.
Hermano que oras, sí,
yo conozco el corazón del cristiano, sé que muchas veces estás cansado de tus
propias oraciones. Cuando estás de rodillas es cuando te das más cuenta de las
palabras del apóstol: «Quisiera hacer el bien, pero hallo que el mal está en
mí.» Puedes comprender las palabras de David: «Los pensamientos vanos aborrezco.»
Puedes simpatizar con el pobre hotentote convertido que decía: «Señor, líbrame
de todos mis enemigos, especialmente de esta mala persona que soy yo.» Pocos
son los hijos de Dios que no encuentran a menudo la hora de oración una hora de
conflicto. El diablo se llena de coraje contra nosotros cuando nos ve de
rodillas. Y con todo, creo que las oraciones que no nos cuestan conflicto,
deben ser consideradas con alguna sospecha. Creo que juzgamos pobremente de la
bondad de nuestras oraciones, y que la oración que menos nos complace es la que
más complace a Dios. Permíteme decirte, pues, como compañero en la milicia
cristiana, unas palabras de exhortación. En un punto somos de un mismo sentir:
hemos de orar. No podemos dejar de hacerlo.
Insisto, pues, en la importancia
de la reverencia y humildad en la oración. No olvidemos quiénes somos y cuán
solemne es hablar con Dios. Nada de prisas en su presencia, nada de descuido o
liviandad. Digámonos a nosotros mismos: «El lugar en que estoy es tierra santa.
No es nada menos que la puerta del cielo. Si digo lo que no siento, estoy
jugando con Dios. Si abrigo iniquidad en mi corazón, el Señor no me va a
escuchar.» Recordemos las palabras de Salomón: «No te des prisa con tu boca, ni
tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en
el cielo, y tú sobre la tierra.» (Eclesiastés 5:2.) Cuando Abraham habló a
Dios, dijo: «Soy polvo y ceniza.» Cuando Job lo hizo, exclamó: «Soy vil.» Haz
tú lo mismo.
En segundo lugar, te
recuerdo la importancia de orar espiritualmente. Quiero decir que debes
esforzarte siempre para tener la ayuda directa del Espíritu en tus oraciones, y
abstenerte de formas hueras. No hay nada tan espiritual que no pueda, con el
tiempo y rutina, transformarse en una forma o molde, y esto es especialmente
verdad de la oración privada. Podemos entrar en la costumbre de usar las
palabras más apropiadas, y ofrecer las peticiones más escriturales y, con todo,
hacerlo todo por rutina, sin sentimiento, e ir dando vueltas, como un caballo en
la noria. Deseo mencionar este punto con cuidado y delicadeza. Sé que hay
algunas cosas que queremos diariamente, y que no hay nada formalístico en
pedirlo con las mismas palabras. El mundo, el demonio y nuestro corazón son los
mismos, cada día iguales. Por necesidad, pues, tenemos que pasar por terreno
trillado. Pero, como dije, hemos de ser muy cuidadosos en este punto. Si el
armazón de nuestras oraciones se vuelve por hábito una fórmula, esforcémonos
por vestir y llenar las oraciones, en tanto que sea posible, con el Espíritu.
En cuanto a orar leyendo palabras de un libro, no lo puedo aprobar. Si le
podemos decir al médico el estado de nuestro cuerpo sin un libro, deberíamos
poder decirle a Dios el estado de nuestra alma. No tengo nada en contra de que después
de una fractura de la pierna el individuo use muletas. Es mejor usar muletas
que no poder moverse. Pero si veo a estas personas en muletas toda su vida, no
será una situación de la que podamos felicitarle. Lo deseable es que se ponga
bastante fuerte para tirar las muletas.
Te recomiendo, luego,
la importancia de hacer de la oración un asunto regular de la vida. Podría
decir algo sobre el valor de las horas regulares, durante el día, para la
oración. Dios es un Dios de orden. Las horas para el sacrificio matutino y
vespertino en el templo judío estaban fijadas con un propósito. Uno de los
frutos más visibles del pecado es el desorden. Pero no quisiera poner a nadie
una camisa de fuerza. Sólo digo que es esencial para la salud del alma orar
como un asunto importante durante el día, cada día. Tal como dedicamos cierto
rato a comer, dormir o a los negocios, debemos dedicarlo a la oración. Escoge
tú mismo las horas y ocasiones. Por lo menos, tienes que hablar con Dios por la
mañana, antes de hablar con el mundo: tienes que hablar con Dios por la noche,
después de haberlo hecho con el mundo. Pero deja establecido en tu mente que la
oración es una de las cosas importantes a hacer durante el día, cada día. No se
trata de usar un rato perdido y ocioso, que así se aprovecha, sino que se trata
de un asunto muy importante y necesita su tiempo designado.
Te recomiendo, luego,
la importancia de perseverar en la oración. Una vez has empezado el hábito, no
renuncies a él. Tu corazón puede decir: «Ya tengo las oraciones con la familia;
¿qué daño puede causarme si dejo las oraciones privadas?» 0 bien tu cuerpo
puede decirte: «Estás fatigado, soñoliento; no tienes por qué orar hoy.» 0 tu
mente dirá: «Tienes un asunto muy importante que atender: haz las oraciones más
cortas.» Todas estas sugerencias proceden directamente del diablo. Es como si
dijéramos: «Descuida tu alma.» No digo que todas las oraciones tengan que ser
de la misma duración; pero sí que no tienes excusa para dejar de orar. «Orad
sin cesar», dice Pablo. No quería decir que hemos de estar constantemente de
rodilla, como alguien ha defendido en el pasado. Lo que quería decir era que
nuestras oraciones tenía que ser como el holocausto continuo: algo en que hemos
de perseverar cada día, que debe ser como la rotación permanente de siembra y
siega, verano e invierno; algo que se hace de modo regular, como el fuego del
altar, que no siempre consume sacrificios, pero que nunca se apaga.
No olvides
que puedes unir las devociones de la mañana y de la noche con oraciones
cortitas durante el día. Incluso en compañía de otros, en los negocios, en la
calle, puedes estar enviando mensajeros alados, en silencio, a la presencia de
Dios, como hizo Nehemías en la misma presencia de Artajerjes. Y no pienses
nunca que el tiempo que dedicas a Dios es perdido. Una nación no se vuelve más
pobre porque pierde un año de trabajo cada siete, al guardar el Día de Reposo.
El cristiano nunca hallará que pierde, a la larga, por el hecho de perseverar
en la oración.
Luego, te recomiendo la
importancia de la sinceridad y simplicidad en la oración. No es necesario
gritar, ni aun hablar alto, para demostrar que se es sincero. Pero es deseable
fervor y sinceridad. Hemos de asegurarnos si realmente estamos interesados en
lo que hacemos. La oración «eficaz del justo, tiene mucha fuerza». Una oración
no es eficaz cuando es indiferente, perezosa, indolente. Esta es la lección que
nos enseñan las expresiones usadas en las Escrituras sobre la oración. Se usan
palabras como «luchar, trabajar, esforzarse, clamar, llamar». Esta es, también,
la lección de los ejemplos de la Escritura. Jacob lo hizo. Le dijo al ángel en
Penuel: «No te dejaré si no me bendices.» (Génesis 22:26.) Daniel también.
Oigamos cómo ruega a Dios: «¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, presta
atención y actúa! ¡No tardes más, por amor de ti mismo, Dios mío!» (Daniel
9:19.) Nuestro Señor Jesucristo es otro: «En los días de su carne, habiendo
ofrecido ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas … » (Hebreos 5:7.) ¡Cuán
distintas son muchas de nuestras súplicas, cuán tibias y apáticas! Es muy
probable que Dios diga de muchos: «¡No quieres realmente lo que estás
pidiendo!» Tratemos de corregir esta falta. Llamemos con más energía a la
puerta de la gracia, como Misericordia, en El Peregrino, como si tuviéramos que
perecer si no nos oyen. Hemos de dejar claro en nuestra mente que las oraciones
frías son como un sacrificio sin fuego. Recordemos la historia de Demóstenes,
el gran orador, a quien un individuo visitó para pedirle que defendiera su
causa. El gran orador le escuchó con displicencia y sin prestar mucha atención,
pues el otro le relataba su historia mostrando poco celo o afecto. El hombre se
dio cuenta del desinterés de Demóstenes y, alarmado, le dijo gritando con
ansiedad que todo era verdad. «¡Ah! -contestó Demóstenes- Ahora ya empiezo a
creerte.»
Luego, te recomiendo
que ores con fe, pues es muy importante. Deberíamos esforzarnos en creer que
nuestras oraciones siempre son oídas, y que si pedimos cosas conforme a la
voluntad de Dios, siempre serán contestadas. Ésta es la simple orden de nuestro
Señor Jesucristo: «Por eso os digo que todo cuanto rogáis y pedís, creed que lo
estás recibiendo, y lo tendréis.» (Marcos 11:24.) La fe es a la oración como la
pluma a la flecha: sin ella no dará en el blanco. Deberíamos cultivar el hábito
de reclamar promesas en nuestras oraciones. Deberíamos tomar una promesa y
decir: «Señor, aquí has dado tu palabra. Haz por nosotros tal como has dicho.»
Ésta era la costumbre de Jacob, de Moisés y de David. El Salmo 119 está lleno
de peticiones «conforme a tu Palabra». Sobre todo, deberíamos tener la
costumbre de esperar respuestas a nuestras oraciones. Deberíamos hacer como el
mercader que envía sus barcos al mar: no deberíamos estar satisfechos hasta que
vemos que regresan. Los cristianos suelen quedarse cortos en este punto. La
Iglesia de Jerusalén oraba sin cesar para Pedro en la prisión; pero cuando
recibieron respuesta a la oración, les costó trabajo creerlo. (Hechos 12: 15.)
«Es una marca segura de no tomar la oración seriamente el descuido en cuanto a
lo que se recibe de la misma.»
Es necesario insistir,
también, en la importancia de la osadía confiada en la oración. Algunas veces
se ora de un modo familiar que me parece impropio. Pero la santa osadía es muy
de desear. Con esta expresión quiero decir la actitud de Moisés, el cual,
cuando suplicaba a Dios que no destruyera a Israel, dijo: «¿Por qué han de
hablar los egipcios diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y
para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira Y
arrepiéntete de ese mal contra tu pueblo.» (Exodo 32:12.) Quiero decir
atrevimiento como el de Josué, cuando los hijos de Israel fueron derrotados en
Haí, que dijo: « … ¿Qué harás tú a tu gran nombre.)» (Josué 7:9.) Es la osadía
con que oraba Lutero. Alguien que le había oído orar dijo: «¡Qué espíritu, qué
confianza había en sus expresiones! Con qué reverencia suplicaba, como quien
pide a Dios, pero al mismo tiempo con tal confianza y seguridad, como el que
habla con un padre amoroso o un amigo.» Ésta es la osadía que caracterizaba a
Bruce, el gran predicador escocés del siglo xvii. Se dice que sus oraciones
eran «como dardos disparados al cielo». Aquí me temo que también nos quedamos
cortos. No comprendemos bastante bien los privilegios del creyente. No pedimos
con la frecuencia que deberíamos: «Señor, ¿no somos tu pueblo? ¿No es para tu
gloria que debemos ser santificados? ¿No es en tu honor que el Evangelio ha de
prosperar?»
Te recomiendo, luego,
la importancia de la plenitud y abundancia en la oración. No olvido que nuestro
Señor nos advierte contra el ejemplo de los fariseos, que hacían largas
oraciones para hacerse ver; y que nos manda que no usemos vanas repeticiones al
orar. Pero, por otra parte, aprueba actos de devoción a fondo, pues Él mismo se
pasa toda la noche orando a Dios. En todo caso, en nuestros días, no es
probable que caigamos en el error de orar demasiado. ¡Lo que deberíamos temer
es que muchos oren demasiado poco! ¿No son hoy día muy pocos los cristianos que
se dedican a la oración? Temo que las devociones privadas de muchos sean
escasas y raquíticas, sólo lo suficiente para demostrar que se está vivo, nada
más. Parece que tienen poco a confesar, a pedir o de qué dar gracias. Todo esto
está mal. No hay nada más común que oír a creyentes que se quejan de que no
progresan. Nos dicen que no crecen en la gracia como deberían. ¿No será porque
muchos no la piden? Tienen tanta gracia como piden. Si tienen poca es porque
piden poca.
La causa de su
debilidad se halla en que sus oraciones son minúsculas, contraídas,
apresuradas, estrechas, atrofiadas. No tienen porque no piden. ¡Oh, lector! No
estamos en apuros por culpa de Cristo, sino por culpa nuestra. El Señor dice:
«Abre tu boca y la colmaré de bienes.» Somos como el rey de Israel que golpeó
el suelo tres veces y se paró, cuando debería haber dado seis o más golpes.
Te recomiendo, luego,
la importancia de ser específico en la oración. No deberíamos estar contentos
con peticiones generales. Deberíamos especificar nuestras necesidades delante
del trono de la gracia. No basta con confesar que somos pecadores, deberíamos
mencionar aquello de que la conciencia nos dice que somos culpables. Deberíamos
mencionar las gracias de las que carecemos o tenemos en escasez. No basta con
decir al Señor que estamos atribulados, hemos de decir lo que nos aflige con
todas sus particularidades. Esto es lo que hizo Jacob cuando temía la ira de su
hermano Esaú. Le dice al Señor exactamente lo que teme. (Génesis 32: 1 l.) Es
lo que hizo Eliezer, cuando fue a buscar esposa para el hijo de su amo.
Presenta delante de Dios exactamente lo que quiere (Génesis 24:12). Esto es lo
que hizo Pablo cuando tenía la espina en la carne. Presentó su súplica clara al
Señor (2.a Corintios 12:8). Esto es verdadera fe y confianza. Deberíamos creer
que no hay nada demasiado pequeño para ser nombrado delante de Dios. El
paciente le dice al médico, no sólo que está enfermo, sino que entra en
detalles. ¡Oh, lector! Cristo es el Esposo del alma, el Médico del corazón, el
Padre de su pueblo. Mostrémosle lo que pensamos y sentimos, no teniendo
reservas en nuestra comunicación con él. No le escondamos nada. Abrámosle el
corazón.
Te recomiendo, luego,
la importancia de la intercesión en nuestras oraciones. Todos somos egoístas
por naturaleza, y nuestro egoísmo es muy capaz de persistir en nosotros aun
después de convertidos. Hay la tendencia en nosotros a pensar sólo en nuestras
almas -nuestro propio conflicto espiritual, nuestro progreso religioso- y a
olvidar a otros. Para contrarrestar esta tendencia tenemos que vigilar y
esforzarnos, y aún más, orar. Deberíamos esforzarnos a poner a otros delante de
nosotros ante el trono de la gracia. Deberíamos llevar en nuestro corazón la
carga de todo el mundo, los paganos, los judíos, los católicos, el cuerpo de
verdaderos creyentes, incluidas las iglesias protestantes, el país en que
vivimos, la congregación a que pertenecemos, nuestra casa, los amigos y
parientes con quienes nos relacionamos. Deberíamos orar por todos ellos. Esta
es la caridad más elevada. El que me ama más, me ama en sus oraciones. Esto es
para la salud de nuestra alma. Amplía nuestras simpatías y corazones. Es para
el beneficio de la Iglesia. Las ruedas de la maquinaria para extender el
Evangelio son lubricadas por la oración. El que intercede, como Moisés en el
monte, por la causa de Dios, hace tanto como el que lucha como Josué en lo más
reñido del combate. Esto es ser como Cristo. £1 lleva los nombres de los suyos
en su pecho y hombros, como su Sumo Sacerdote delante del Padre. ¡Oh, qué
privilegio el ser como Jesús! Esto es ayudar verdaderamente a los ministros del
Evangelio. Si he de poder escoger una congregación, dadme gente que ore.
Te recomiendo, además,
la importancia del agradecimiento en la oración. Sé bien que un cosa es pedir a
Dios, Y que el alabar y agradecer es otra. Pero veo en la Biblia una relación
tan íntima entre la oración y la alabanza, que me atrevo a decir que la verdadera
oración lleva siempre consigo la alabanza. No es en vano que Pablo dice:
«Presentad vuestras peticiones delante de Dios mediante oración y ruego con
acción de gracias.» (Filipenses 5:6.) «Perseverad en la oración, velando en
ella con acción de gracias.» (Colosenses 4:2.) Es por su misericordia que no
estamos en el infierno. Por ella tenemos esperanza del cielo. Por ella vivimos
en un país con luz espiritual. Por su misericordia hemos sido llamados por el
Espíritu, y no abandonados para que cosechemos el fruto de nuestros actos. Por
misericordia todavía vivimos y tenemos oportunidades de glorificar a Dios de
modo activo o pasivo. Sin duda deberíamos pensar en esto cuando hablamos con
Dios. Nunca deberíamos abrir los labios en oración sin bendecir a Dios por esta
gracia gratuita por la que vivimos, y por su longanimidad que permanece para
siempre. Nunca hubo un santo que no estuviera lleno de agradecimiento. Hombres
como Whitefield en el pasado siglo, y Bickersteth en el nuestro, nunca se
quedaron cortos en agradecimiento. Oh, lector, si queremos que nuestras
lámparas brillen en nuestros días, hemos de albergar un espíritu de alabanza. Y
sobre todo, hemos de hacer de nuestras oraciones acciones de gracias.
Te recomiendo,
finalmente, la importancia de velar en tus oraciones. La oración es un punto en
que hay que vigilar de un modo especial. Aquí es donde empieza la verdadera
religión, donde florece o se marchita. Dime lo que son las oraciones de un
hombre y te diré cuál es el estado de su alma. La oración es el pulso
espiritual. Por él se pone a prueba la salud espiritual. Por medio de ella
sabemos lo que hay recto o torcido en nuestros corazones. ¡Oh, vigilemos
nuestras oraciones privadas constantemente! Aquí se halla el tuétano y la
médula del cristianismo práctico. Los sermones, los libros, los tratados, las
reuniones de comités, la compañía de personas piadosas, todo es bueno a su
manera, pero no compensan el descuido de la oración privada. Vigila las
situaciones, circunstancias, relaciones que desconectan tu corazón de la
comunión con Dios y hacen que tus oraciones se arrastren. Hay que estar alerta.
Observa qué amigos u ocupaciones dejan a tu alma en la mejor actitud para
hablar con Dios. A éstos tienes que adherirte. Lector, si cuidas tus oraciones,
te aseguro que nada irá mal en tu alma.
Lector, te ofrezco
estos puntos para tu consideración privada. Lo hago con humildad. Yo soy el que
tiene que recordarlos más. Pero creo que es la verdad de Dios, y todos hemos de
tenerlos presentes.
Quiero que oremos.
Quiero que los cristianos de nuestros días sean cristianos que oren. Quiero que
la Iglesia de nuestra época sea una Iglesia que ore. El deseo que hay en mi
corazón, al escribir estas páginas, es incrementar y propagar el espíritu de
oración. Quiero que aquellos que nunca han orado se levanten e invoquen el
nombre de Dios, y que, los que ya lo hacen, vean que no oran en vano.
Y ahora, si alguien
empieza a orar, u ora con más fervor como resultado de la lectura de este
volumen, le pediré que haga un favor a su autor: que le recuerde en sus
oraciones.
Saludos a mi hermana en Cristo, Adriana Mercado de Argentina, Dios le guarde