domingo, 18 de octubre de 2015

La Oración

¿Oras? parte 2. J.C. Ryle

La oración consigue nuevos y continuos derramamientos del Espíritu Santo. Sólo Él empieza la obra de gracia en el corazón del hombre. Sólo Él puede hacerla progresar. Pero el Espíritu quiere que se le suplique. Y aquellos que piden más, siempre serán los que son más influidos por Él.



La oración es el remedio más seguro contra el diablo y la tentación. Nunca puede permanecer adherido y resistirse un pecado contra el que se ora con fervor. Si invocamos al Señor para que le eche, el diablo nunca va a tener un largo dominio sobre nosotros. Pero hemos de presentar nuestro caso delante del Médico Celestial, si nos ha de conceder alivio. Hemos de arrastrar a los diablos que nos acosan a los pies de Cristo y pedirle que los empuje al abismo.



Lector, ¿quieres crecer en la gracia y ser un cristiano santo? Puedes estar seguro que nunca se te puede hacer una pregunta más importante que ésta: ¿ORAS?

VI. Te pregunto si oras, porque el descuido de la oración es una de las principales causas de que los cristianos se vuelvan atrás.

Hay algo que es volverse atrás en la religión, después de haber hecho una buena profesión de fe. Personas que van bien durante una temporada, como los gálatas, pero que luego se desvían para seguir a falsos maestros. Hombres que dan testimonio en voz muy alta, cuando sus sentimientos arden, pero que luego, como Pedro, niegan al Señor en la prueba. Personas que pierden el primer amor, como los cristianos de Efeso. Personas cuyo celo para hacer el bien se enfría, como Marcos, el compañero de Pablo. Hombres que siguen al apóstol un tiempo y, luego, como Dimas, se vuelven al mundo. Todo esto pasa.



Es muy triste ser un apóstata. Quizás es una de las peores cosas que puede sucederle a un hombre. Un barco sin timón, un arpa sin cuerdas, una iglesia en ruinas, o un jardín lleno de malas hierbas, todo esto son cosas tristes, pero un apóstata es algo más triste aún. La verdadera gracia nunca se extingue, y la verdadera unión con Cristo nunca se rompe, de esto no me cabe duda. Pero un hombre puede apartarse tanto, que pierde de vista su propia gracia y desespera de su salvación. Y si esto no es el infierno, es lo que más se le parece. Una conciencia herida, una memoria llena de reproches, un corazón atravesado por las flechas del Señor, esto es un anticipo del infierno.

¿Cuáles son las razones de este volverse atrás? Creo que, como regla general, el motivo principal es el descuido de la oración. Esta es mi opinión como ministro de Cristo, y estudioso del corazón humano.

Cuando se lee la Biblia sin oración, o se escuchan sermones, o se contrae matrimonio, o se hacen viajes, en fin, se hacen toda clase de actividades sin oración, estamos descendiendo peldaños hacia la condición de parálisis espiritual, y se llega al punto en que Dios permite que esta persona haga una tremenda caída.



Éste es el proceso que vemos en el contemporizador Lot, el inestable Sansón, el apasionado Salomón, el inconsistente Josafat, y el de tantos que podemos hallar en la Iglesia de Cristo. Con frecuencia, la historia de estos casos es simple: descuidaron la oración privada.

Lector, puedes estar bien seguro que los hombres caen primero en privado antes de caer en público. El problema fue que no doblaron las rodillas. Como Pedro, descuidaron el aviso del Señor de velar y orar y, por ello, sin fuerzas, en la hora de la tentación negaron al Señor.



El mundo toma nota de su caída y se mofa. Pero el mundo no sabe nada de la verdadera razón. Los paganos consiguieron que el anciano cristiano, Orígenes, ofreciera incienso a un ídolo cuando le amenazaron con un castigo peor que la muerte. Fue un gran triunfo para ellos el hacerle caer en la cobardía y la apostasía. Lo que los paganos no sabían y que nos cuenta el mismo Orígenes, es que aquella mañana se había levantado y dejado su cuarto de prisa, sin haber terminado sus oraciones acostumbradas.

Lector, si eres un verdadero cristiano, confío que nunca caerás en la apostasía. Pero, si no quieres hacerte atrás, recuerda la pregunta: ¿ORAS?

VII. Te pregunto, finalmente, si oras, porque la oración es una de las mejores recetas para conseguir felicidad y contento.

Vivimos en un mundo en que abundan las penas. Éste es el estado del mundo desde que el pecado entró en él. No hay pecado sin aflicción. Y hasta que el pecado sea expulsado del mundo, es en vano intentar escapar de las penalidades.



Para algunos, la copa de penas que han de beber es mayor que para otros. Pero pocos son los que se escapan de ellas. Nuestros cuerpos, propiedades, familias, hijos, amigos, vecinos, todo ello es una posible fuente de cuidados y desazón. Enfermedades, muertes, separaciones, ingratitudes… todo esto es común. Cuanto mayores son nuestros afectos, más profundas serán nuestras aflicciones, y cuanto más amor, más lágrimas.

Y ¿cuál es la mejor receta para procurarse el contento en un mundo así? ¿Cómo podemos cruzar este valle de lágrimas con un mínimo de dolor? No conozco mejor receta que el hábito de llevarlo todo a Dios en oración.

Éste es el simple consejo que da la Biblia, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo. ¿Qué dice el Salmista? «Llámame en el día de la angustia, y yo te libraré, y tú me glorificarás.» (Salmo 1:15.) «Echa tu carga sobre Dios y Él te sustentará: No, no dejará para siempre caído al justo.» (Salmo 55:22.) ¿Qué dice el apóstol Pablo? «Por nada os inquietéis, sino que sean presentadas vuestras peticiones delante de Dios mediante oración y ruego con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa a todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.» (Filipenses 4:6, 7.) ¿Qué dice el apóstol Santiago? «¿Hay alguno afligido entre vosotros? Que ore.»

Esta fue la práctica de todos los santos cuya historia registra la Escritura. Fue lo que hizo Jacob cuando temía el encuentro con Esaú. Lo que hizo Moisés cuando el pueblo estaba a punto de apedrearle en el desierto. Lo que hizo Josué cuando Israel fue derrotado en Hay. Esto es lo que hizo David cuando estaba en peligro en Keila; Ezequías, cuando recibió las cartas de Senaquerib. Esto es lo que hizo la Iglesia cuando pusieron a Pedro en la cárcel, y Pablo cuando fue echado a la mazmorra de Filipos.



El único modo de ser realmente feliz en un mundo así es echar siempre todos los cuidados sobre Dios. Es el tratar de llevar las propias cargas lo que entristece a los creyentes. Si le presentaran sus cuitas a Dios, podrían llevarlas con más facilidad que Sansón llevó las puertas de Gaza. Si quieren acarrearlas sobre sus hombros están siempre abrumados.

Hay un amigo que está esperando siempre para ayudarnos, si queremos abrirle el pecho cuando estamos afligidos. Un amigo que se compadecía de los pobres, enfermos y afligidos cuando estaba sobre la tierra; un amigo que conoce el corazón del hombre, pues anduvo treinta y tres años entre nosotros, un amigo que llora con los que lloran, experimentado en quebrantos, un amigo que puede ayudarnos, pues no hay mal para el que no pueda ofrecer remedio. Este amigo es Jesucristo. El camino de la felicidad es tener siempre abierto nuestro corazón a Él. ¡Oh!, si todos fuéramos como el pobre cristiano negro a quien amenazaron castigarle: «Voy a contárselo al Señor», respondió.

Jesús puede hacer feliz a aquellos que confían en Él e invocan su nombre, cualesquiera que sean sus condiciones externas. P-1 puede darles paz en el corazón aunque estén en una cárcel, contento en medio de la pobreza, consuelo en la desolación, gozo al borde de una tumba. Hay plenitud en Él para los miembros que creen, una plenitud que está dispuesto a derramar sobre todo aquel que se lo pide en oración. ¡Oh, si los hombres quisieran entender que la felicidad no depende de las circunstancias exteriores, sino del estado del corazón!

La oración puede aligerar una cruz, por pesada que sea. Puede poner a nuestro lado a Aquel que nos ayudará a llevarla. La oración puede abrir puertas que a nosotros nos parecen cerradas a piedra y lodo. Puede traernos a Aquel que dice: «Éste es el camino, anda por él.» La oración puede dejar pasar un rayo de esperanza a través de las tinieblas más densas. Puede hacernos oír las palabras: «No te desapararé ni te dejaré.» La oración puede aliviarnos cuando se van aquellos a quienes amamos. Puede llenar los huecos de nuestro corazón y hacer que sus olas agitadas se calmen. ¿Por qué los hombres no se darán cuenta, como Agar, de que tienen a su lado el pozo del que pueden sacar agua en abundancia, en tanto que se están muriendo de sed?



Lector, quiero que seas feliz. Lo mejor que puedo hacer para conseguirlo es preguntarte: ¿ORAS?

Y ahora, tengo que terminar. Espero que te he hecho notar cosas que debes considerar seriamente. Ruego a Dios que bendiga tu alma.

Sólo voy a decir unas pocas palabras a aquellos que no oran. Algunos que leen estas páginas no pertenecerán al grupo de los que oran. Quiero darles el mensaje que Dios ha puesto en mis manos para ellos.

Lector que no oras. Quiero advertirte, y muy solemnemente. Estás en grave peligro. Si mueres en tu estado presente tu alma será perdida. Te volverás a levantar, pero será para un estado de miseria eterna. Quiero decirte que de todos los cristianos profesos, tú eres el que tiene menos excusas. No hay una sola buena excusa para que vivas sin oración.



Es inútil decir que no sabes orar. La oración es el acto más simple en toda la religión. Es simplemente orar a Dios. No se necesita sabiduría ni conocimientos especiales para empezar. Lo que se requiere es corazón y voluntad. El niño más débil llora cuando tiene hambre, y el mendigo más pobre extiende la mano y no pide con lenguaje adornado. El hombre más ignorante tiene palabras para dirigir a Dios; basta con que quiera decirlas.

Es inútil decir que no hallas lugar apropiado para hacerlo. Cualquier sitio es apropiado. Nuestro Señor oraba en una montaña; Pedro en un terrado; Isaac en el campo; Natanael bajo una higuera; Jonás en el vientre de una ballena. Cualquier sitio puede ser un aposento, un oratorio, un Betel, para ponernos delante de la presencia de Dios.

Es inútil decir que no tienes tiempo. Hay tiempo en abundancia, si se quiere usar. Puede que no sobre, pero siempre basta. Daniel se cuidaba del reino v oraba tres veces al día. David era rey de una poderosa nación Y, con todo, decía: «Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y Él oirá mi voz.» (Salmo 55:17.) Cuando se quiere tener tiempo, se encuentra.



Es inútil decir que no puedes orar hasta que tengas fe y un nuevo corazón, y que tienes que aguardar hasta poseerlos. Esto es añadir más pecado al pecado anterior. Es malo no convertirse e ir al infierno. Pero aún es peor decir: «Lo sé, pero no pediré misericordia.» Éste es un tipo de argumento que no se halla respaldado en la Escritura. «Llamad a Jehová en tanto que está cercano», dice Isaías (55:6). «Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle… » (Oseas 14:2.) «Arrepiéntete… y ruega a Dios», le dijo Pedro a Simón el Mago (Hechos 8:22). Si quieres tener fe y un nuevo corazón, ve al Señor y pídeselos. El mismo intento de orar ha significado el avivamiento de muchas almas muertas. ¡Ay, no hay diablo tan peligroso como un diablo mudo!

Oh, lector que no oras! ¿Quién eres tú que no vas a pedirle nada a Dios? ¿Has hecho un pacto con la muerte y el infierno? ¿No tienes pecados para que te sean perdonados? ¿No le temes al tormento eterno? ¿No tienes deseo de ir al cielo? ¡Ojalá despertaras de tu presente locura! ¡Que consideraras tu fin! ¡Que te levantaras y acudieras a Dios! ¡Ay, llega un día en que muchos dirán: «Señor, Señor, ábrenos»!, pero será tarde: en que muchos dirán a las rocas que los cubran, y a los collados que los escondan; lo dirán aquellos que nunca invocaron el nombre de Dios. Lector, con afecto te aviso. Evita este fin para tu alma. La salvación está cercana. No te pierdas ir al cielo por no pedirlo.

2. Una palabra, ahora, para aquellos que tienen verdaderos deseos de salvación, pero que no saben los pasos que han de seguir o cómo han de empezar. Deseo que muchos de mis lectores se hallen en este estado mental, Y aunque fuera para uno sólo, diría estas palabras de aviso y ánimo.



Hay que dar el primer paso en todo viaje. Tiene que haber un cambio que venza la inercia de estar quieto. El viaje de Egipto a Canaán duró cuarenta años para Israel, y fue largo y penoso; por fin atravesaron el Jordán; pero tuvieron que dar el primer paso. ¿Cuándo da el hombre el primer paso para salir del mundo y el pecado? Lo da el primer día en que ora de todo corazón.

En todo edificio hay que poner la primera piedra. Noé tardó 120 años en construir el arca, pero tuvo que dar el primer golpe de hacha. El templo de Salomón era un edificio glorioso, pero hubo que colocar la primera piedra. ¿Cuándo empieza a aparecer el edificio del Espíritu en el corazón del hombre? Empieza, por lo que podemos juzgar, el primer día que derrama su corazón a Dios en oración.

Lector, si deseas ser salvo y quieres saber lo que tienes que hacer, te advierto que vayas hoy mismo a Jesucristo, y en el primer lugar aparte que encuentres, le pidas en oración que salve tu alma.



Dile que has oído que recibe a los pecadores, y que ha dicho: «Al que a mí viene no le echo fuera.» Dile que eres un vil pecador, y que acudes a P-1 por fe en su invitación. Dile que te pones enteramente en sus manos, que te sientes ruin, impotente y sin esperanza en ti, y que a menos que él te salve, no puedes ser salvo. Pídele que te libre de tu culpa, del poder y las consecuencias del pecado. Pídele que te perdone y te limpie con su propia sangre. Pídele que te dé un nuevo corazón y ponga el Espíritu Santo en tu alma. Pídele que te dé gracia, fe y la voluntad y poder de ser su discípulo y siervo el resto de tu vida y para siempre. Lector: ve este mismo día, y dile estas cosas al Señor Jesucristo, si piensas seriamente en tu alma.

Díselo con tus propias palabras, como le dirías a un médico dónde te duele si lo necesitaras. Si tu alma se siente enferma, puedes decírselo a Cristo.

No dudes, por el hecho de que eres un pecador, de su buena voluntad para salvarte. Ésta es su misión, salvar a los pecadores. De sí mismo dice: «No he venido a llamar justos, sino pecadores a arrepentimiento. » (Lucas 5:32.)

No esperes a sentirte digno. No esperes nada ni a nadie. El esperar es del diablo. Tal como estás, ve a Cristo. Cuanto peor te consideres, más necesitas ir a él y pedirle ayuela. Por más que lo intentes tú nunca vas a mejorarte por tu cuenta sin ir a Él.

No temas, aunque tu lenguaje sea pobre, tu lengua débil N, tartamuda. Jesús te entiende, como una madre entiende al niño que balbucea. Jesús puede leer un suspiro o un gemido.



No te desanimes si no recibes respuesta inmediata. Mientras estás hablando, Jesús te escucha. Si demora la respuesta es por razones de prudencia, y para ver si eres sincero. Sigue pidiendo, y la respuesta no tardará mucho en llegar. Aunque se demore algo, llegará al fin.


Lector, si tienes deseo de ser salvo, recuerda este consejo. Obra con sinceridad y serás salvo.

3. Voy a decir algo, finalmente, a los que oran. Espero que algunos que leen este libro saben bien lo que es la oración y tienen el espíritu de adopción. A los tales ofrezco unas palabras de exhortación y fraternal consejo. El incienso ofrecido en el tabernáculo tenía que ser preparado en una forma especial. No se podía usar cualquier clase de incienso. Del mismo modo, seamos cuidadosos en la forma y fondo de nuestras oraciones.

Hermano que oras, sí, yo conozco el corazón del cristiano, sé que muchas veces estás cansado de tus propias oraciones. Cuando estás de rodillas es cuando te das más cuenta de las palabras del apóstol: «Quisiera hacer el bien, pero hallo que el mal está en mí.» Puedes comprender las palabras de David: «Los pensamientos vanos aborrezco.» Puedes simpatizar con el pobre hotentote convertido que decía: «Señor, líbrame de todos mis enemigos, especialmente de esta mala persona que soy yo.» Pocos son los hijos de Dios que no encuentran a menudo la hora de oración una hora de conflicto. El diablo se llena de coraje contra nosotros cuando nos ve de rodillas. Y con todo, creo que las oraciones que no nos cuestan conflicto, deben ser consideradas con alguna sospecha. Creo que juzgamos pobremente de la bondad de nuestras oraciones, y que la oración que menos nos complace es la que más complace a Dios. Permíteme decirte, pues, como compañero en la milicia cristiana, unas palabras de exhortación. En un punto somos de un mismo sentir: hemos de orar. No podemos dejar de hacerlo.




Insisto, pues, en la importancia de la reverencia y humildad en la oración. No olvidemos quiénes somos y cuán solemne es hablar con Dios. Nada de prisas en su presencia, nada de descuido o liviandad. Digámonos a nosotros mismos: «El lugar en que estoy es tierra santa. No es nada menos que la puerta del cielo. Si digo lo que no siento, estoy jugando con Dios. Si abrigo iniquidad en mi corazón, el Señor no me va a escuchar.» Recordemos las palabras de Salomón: «No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra.» (Eclesiastés 5:2.) Cuando Abraham habló a Dios, dijo: «Soy polvo y ceniza.» Cuando Job lo hizo, exclamó: «Soy vil.» Haz tú lo mismo.

En segundo lugar, te recuerdo la importancia de orar espiritualmente. Quiero decir que debes esforzarte siempre para tener la ayuda directa del Espíritu en tus oraciones, y abstenerte de formas hueras. No hay nada tan espiritual que no pueda, con el tiempo y rutina, transformarse en una forma o molde, y esto es especialmente verdad de la oración privada. Podemos entrar en la costumbre de usar las palabras más apropiadas, y ofrecer las peticiones más escriturales y, con todo, hacerlo todo por rutina, sin sentimiento, e ir dando vueltas, como un caballo en la noria. Deseo mencionar este punto con cuidado y delicadeza. Sé que hay algunas cosas que queremos diariamente, y que no hay nada formalístico en pedirlo con las mismas palabras. El mundo, el demonio y nuestro corazón son los mismos, cada día iguales. Por necesidad, pues, tenemos que pasar por terreno trillado. Pero, como dije, hemos de ser muy cuidadosos en este punto. Si el armazón de nuestras oraciones se vuelve por hábito una fórmula, esforcémonos por vestir y llenar las oraciones, en tanto que sea posible, con el Espíritu. En cuanto a orar leyendo palabras de un libro, no lo puedo aprobar. Si le podemos decir al médico el estado de nuestro cuerpo sin un libro, deberíamos poder decirle a Dios el estado de nuestra alma. No tengo nada en contra de que después de una fractura de la pierna el individuo use muletas. Es mejor usar muletas que no poder moverse. Pero si veo a estas personas en muletas toda su vida, no será una situación de la que podamos felicitarle. Lo deseable es que se ponga bastante fuerte para tirar las muletas.



Te recomiendo, luego, la importancia de hacer de la oración un asunto regular de la vida. Podría decir algo sobre el valor de las horas regulares, durante el día, para la oración. Dios es un Dios de orden. Las horas para el sacrificio matutino y vespertino en el templo judío estaban fijadas con un propósito. Uno de los frutos más visibles del pecado es el desorden. Pero no quisiera poner a nadie una camisa de fuerza. Sólo digo que es esencial para la salud del alma orar como un asunto importante durante el día, cada día. Tal como dedicamos cierto rato a comer, dormir o a los negocios, debemos dedicarlo a la oración. Escoge tú mismo las horas y ocasiones. Por lo menos, tienes que hablar con Dios por la mañana, antes de hablar con el mundo: tienes que hablar con Dios por la noche, después de haberlo hecho con el mundo. Pero deja establecido en tu mente que la oración es una de las cosas importantes a hacer durante el día, cada día. No se trata de usar un rato perdido y ocioso, que así se aprovecha, sino que se trata de un asunto muy importante y necesita su tiempo designado.

Te recomiendo, luego, la importancia de perseverar en la oración. Una vez has empezado el hábito, no renuncies a él. Tu corazón puede decir: «Ya tengo las oraciones con la familia; ¿qué daño puede causarme si dejo las oraciones privadas?» 0 bien tu cuerpo puede decirte: «Estás fatigado, soñoliento; no tienes por qué orar hoy.» 0 tu mente dirá: «Tienes un asunto muy importante que atender: haz las oraciones más cortas.» Todas estas sugerencias proceden directamente del diablo. Es como si dijéramos: «Descuida tu alma.» No digo que todas las oraciones tengan que ser de la misma duración; pero sí que no tienes excusa para dejar de orar. «Orad sin cesar», dice Pablo. No quería decir que hemos de estar constantemente de rodilla, como alguien ha defendido en el pasado. Lo que quería decir era que nuestras oraciones tenía que ser como el holocausto continuo: algo en que hemos de perseverar cada día, que debe ser como la rotación permanente de siembra y siega, verano e invierno; algo que se hace de modo regular, como el fuego del altar, que no siempre consume sacrificios, pero que nunca se apaga. 

No olvides que puedes unir las devociones de la mañana y de la noche con oraciones cortitas durante el día. Incluso en compañía de otros, en los negocios, en la calle, puedes estar enviando mensajeros alados, en silencio, a la presencia de Dios, como hizo Nehemías en la misma presencia de Artajerjes. Y no pienses nunca que el tiempo que dedicas a Dios es perdido. Una nación no se vuelve más pobre porque pierde un año de trabajo cada siete, al guardar el Día de Reposo. El cristiano nunca hallará que pierde, a la larga, por el hecho de perseverar en la oración.



Luego, te recomiendo la importancia de la sinceridad y simplicidad en la oración. No es necesario gritar, ni aun hablar alto, para demostrar que se es sincero. Pero es deseable fervor y sinceridad. Hemos de asegurarnos si realmente estamos interesados en lo que hacemos. La oración «eficaz del justo, tiene mucha fuerza». Una oración no es eficaz cuando es indiferente, perezosa, indolente. Esta es la lección que nos enseñan las expresiones usadas en las Escrituras sobre la oración. Se usan palabras como «luchar, trabajar, esforzarse, clamar, llamar». Esta es, también, la lección de los ejemplos de la Escritura. Jacob lo hizo. Le dijo al ángel en Penuel: «No te dejaré si no me bendices.» (Génesis 22:26.) Daniel también. Oigamos cómo ruega a Dios: «¡Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, presta atención y actúa! ¡No tardes más, por amor de ti mismo, Dios mío!» (Daniel 9:19.) Nuestro Señor Jesucristo es otro: «En los días de su carne, habiendo ofrecido ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas … » (Hebreos 5:7.) ¡Cuán distintas son muchas de nuestras súplicas, cuán tibias y apáticas! Es muy probable que Dios diga de muchos: «¡No quieres realmente lo que estás pidiendo!» Tratemos de corregir esta falta. Llamemos con más energía a la puerta de la gracia, como Misericordia, en El Peregrino, como si tuviéramos que perecer si no nos oyen. Hemos de dejar claro en nuestra mente que las oraciones frías son como un sacrificio sin fuego. Recordemos la historia de Demóstenes, el gran orador, a quien un individuo visitó para pedirle que defendiera su causa. El gran orador le escuchó con displicencia y sin prestar mucha atención, pues el otro le relataba su historia mostrando poco celo o afecto. El hombre se dio cuenta del desinterés de Demóstenes y, alarmado, le dijo gritando con ansiedad que todo era verdad. «¡Ah! -contestó Demóstenes- Ahora ya empiezo a creerte.»



Luego, te recomiendo que ores con fe, pues es muy importante. Deberíamos esforzarnos en creer que nuestras oraciones siempre son oídas, y que si pedimos cosas conforme a la voluntad de Dios, siempre serán contestadas. Ésta es la simple orden de nuestro Señor Jesucristo: «Por eso os digo que todo cuanto rogáis y pedís, creed que lo estás recibiendo, y lo tendréis.» (Marcos 11:24.) La fe es a la oración como la pluma a la flecha: sin ella no dará en el blanco. Deberíamos cultivar el hábito de reclamar promesas en nuestras oraciones. Deberíamos tomar una promesa y decir: «Señor, aquí has dado tu palabra. Haz por nosotros tal como has dicho.» Ésta era la costumbre de Jacob, de Moisés y de David. El Salmo 119 está lleno de peticiones «conforme a tu Palabra». Sobre todo, deberíamos tener la costumbre de esperar respuestas a nuestras oraciones. Deberíamos hacer como el mercader que envía sus barcos al mar: no deberíamos estar satisfechos hasta que vemos que regresan. Los cristianos suelen quedarse cortos en este punto. La Iglesia de Jerusalén oraba sin cesar para Pedro en la prisión; pero cuando recibieron respuesta a la oración, les costó trabajo creerlo. (Hechos 12: 15.) «Es una marca segura de no tomar la oración seriamente el descuido en cuanto a lo que se recibe de la misma.»

Es necesario insistir, también, en la importancia de la osadía confiada en la oración. Algunas veces se ora de un modo familiar que me parece impropio. Pero la santa osadía es muy de desear. Con esta expresión quiero decir la actitud de Moisés, el cual, cuando suplicaba a Dios que no destruyera a Israel, dijo: «¿Por qué han de hablar los egipcios diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira Y arrepiéntete de ese mal contra tu pueblo.» (Exodo 32:12.) Quiero decir atrevimiento como el de Josué, cuando los hijos de Israel fueron derrotados en Haí, que dijo: « … ¿Qué harás tú a tu gran nombre.)» (Josué 7:9.) Es la osadía con que oraba Lutero. Alguien que le había oído orar dijo: «¡Qué espíritu, qué confianza había en sus expresiones! Con qué reverencia suplicaba, como quien pide a Dios, pero al mismo tiempo con tal confianza y seguridad, como el que habla con un padre amoroso o un amigo.» Ésta es la osadía que caracterizaba a Bruce, el gran predicador escocés del siglo xvii. Se dice que sus oraciones eran «como dardos disparados al cielo». Aquí me temo que también nos quedamos cortos. No comprendemos bastante bien los privilegios del creyente. No pedimos con la frecuencia que deberíamos: «Señor, ¿no somos tu pueblo? ¿No es para tu gloria que debemos ser santificados? ¿No es en tu honor que el Evangelio ha de prosperar?»

Te recomiendo, luego, la importancia de la plenitud y abundancia en la oración. No olvido que nuestro Señor nos advierte contra el ejemplo de los fariseos, que hacían largas oraciones para hacerse ver; y que nos manda que no usemos vanas repeticiones al orar. Pero, por otra parte, aprueba actos de devoción a fondo, pues Él mismo se pasa toda la noche orando a Dios. En todo caso, en nuestros días, no es probable que caigamos en el error de orar demasiado. ¡Lo que deberíamos temer es que muchos oren demasiado poco! ¿No son hoy día muy pocos los cristianos que se dedican a la oración? Temo que las devociones privadas de muchos sean escasas y raquíticas, sólo lo suficiente para demostrar que se está vivo, nada más. Parece que tienen poco a confesar, a pedir o de qué dar gracias. Todo esto está mal. No hay nada más común que oír a creyentes que se quejan de que no progresan. Nos dicen que no crecen en la gracia como deberían. ¿No será porque muchos no la piden? Tienen tanta gracia como piden. Si tienen poca es porque piden poca.

La causa de su debilidad se halla en que sus oraciones son minúsculas, contraídas, apresuradas, estrechas, atrofiadas. No tienen porque no piden. ¡Oh, lector! No estamos en apuros por culpa de Cristo, sino por culpa nuestra. El Señor dice: «Abre tu boca y la colmaré de bienes.» Somos como el rey de Israel que golpeó el suelo tres veces y se paró, cuando debería haber dado seis o más golpes.



Te recomiendo, luego, la importancia de ser específico en la oración. No deberíamos estar contentos con peticiones generales. Deberíamos especificar nuestras necesidades delante del trono de la gracia. No basta con confesar que somos pecadores, deberíamos mencionar aquello de que la conciencia nos dice que somos culpables. Deberíamos mencionar las gracias de las que carecemos o tenemos en escasez. No basta con decir al Señor que estamos atribulados, hemos de decir lo que nos aflige con todas sus particularidades. Esto es lo que hizo Jacob cuando temía la ira de su hermano Esaú. Le dice al Señor exactamente lo que teme. (Génesis 32: 1 l.) Es lo que hizo Eliezer, cuando fue a buscar esposa para el hijo de su amo. Presenta delante de Dios exactamente lo que quiere (Génesis 24:12). Esto es lo que hizo Pablo cuando tenía la espina en la carne. Presentó su súplica clara al Señor (2.a Corintios 12:8). Esto es verdadera fe y confianza. Deberíamos creer que no hay nada demasiado pequeño para ser nombrado delante de Dios. El paciente le dice al médico, no sólo que está enfermo, sino que entra en detalles. ¡Oh, lector! Cristo es el Esposo del alma, el Médico del corazón, el Padre de su pueblo. Mostrémosle lo que pensamos y sentimos, no teniendo reservas en nuestra comunicación con él. No le escondamos nada. Abrámosle el corazón.

Te recomiendo, luego, la importancia de la intercesión en nuestras oraciones. Todos somos egoístas por naturaleza, y nuestro egoísmo es muy capaz de persistir en nosotros aun después de convertidos. Hay la tendencia en nosotros a pensar sólo en nuestras almas -nuestro propio conflicto espiritual, nuestro progreso religioso- y a olvidar a otros. Para contrarrestar esta tendencia tenemos que vigilar y esforzarnos, y aún más, orar. Deberíamos esforzarnos a poner a otros delante de nosotros ante el trono de la gracia. Deberíamos llevar en nuestro corazón la carga de todo el mundo, los paganos, los judíos, los católicos, el cuerpo de verdaderos creyentes, incluidas las iglesias protestantes, el país en que vivimos, la congregación a que pertenecemos, nuestra casa, los amigos y parientes con quienes nos relacionamos. Deberíamos orar por todos ellos. Esta es la caridad más elevada. El que me ama más, me ama en sus oraciones. Esto es para la salud de nuestra alma. Amplía nuestras simpatías y corazones. Es para el beneficio de la Iglesia. Las ruedas de la maquinaria para extender el Evangelio son lubricadas por la oración. El que intercede, como Moisés en el monte, por la causa de Dios, hace tanto como el que lucha como Josué en lo más reñido del combate. Esto es ser como Cristo. £1 lleva los nombres de los suyos en su pecho y hombros, como su Sumo Sacerdote delante del Padre. ¡Oh, qué privilegio el ser como Jesús! Esto es ayudar verdaderamente a los ministros del Evangelio. Si he de poder escoger una congregación, dadme gente que ore.


Te recomiendo, además, la importancia del agradecimiento en la oración. Sé bien que un cosa es pedir a Dios, Y que el alabar y agradecer es otra. Pero veo en la Biblia una relación tan íntima entre la oración y la alabanza, que me atrevo a decir que la verdadera oración lleva siempre consigo la alabanza. No es en vano que Pablo dice: «Presentad vuestras peticiones delante de Dios mediante oración y ruego con acción de gracias.» (Filipenses 5:6.) «Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias.» (Colosenses 4:2.) Es por su misericordia que no estamos en el infierno. Por ella tenemos esperanza del cielo. Por ella vivimos en un país con luz espiritual. Por su misericordia hemos sido llamados por el Espíritu, y no abandonados para que cosechemos el fruto de nuestros actos. Por misericordia todavía vivimos y tenemos oportunidades de glorificar a Dios de modo activo o pasivo. Sin duda deberíamos pensar en esto cuando hablamos con Dios. Nunca deberíamos abrir los labios en oración sin bendecir a Dios por esta gracia gratuita por la que vivimos, y por su longanimidad que permanece para siempre. Nunca hubo un santo que no estuviera lleno de agradecimiento. Hombres como Whitefield en el pasado siglo, y Bickersteth en el nuestro, nunca se quedaron cortos en agradecimiento. Oh, lector, si queremos que nuestras lámparas brillen en nuestros días, hemos de albergar un espíritu de alabanza. Y sobre todo, hemos de hacer de nuestras oraciones acciones de gracias.

Te recomiendo, finalmente, la importancia de velar en tus oraciones. La oración es un punto en que hay que vigilar de un modo especial. Aquí es donde empieza la verdadera religión, donde florece o se marchita. Dime lo que son las oraciones de un hombre y te diré cuál es el estado de su alma. La oración es el pulso espiritual. Por él se pone a prueba la salud espiritual. Por medio de ella sabemos lo que hay recto o torcido en nuestros corazones. ¡Oh, vigilemos nuestras oraciones privadas constantemente! Aquí se halla el tuétano y la médula del cristianismo práctico. Los sermones, los libros, los tratados, las reuniones de comités, la compañía de personas piadosas, todo es bueno a su manera, pero no compensan el descuido de la oración privada. Vigila las situaciones, circunstancias, relaciones que desconectan tu corazón de la comunión con Dios y hacen que tus oraciones se arrastren. Hay que estar alerta. Observa qué amigos u ocupaciones dejan a tu alma en la mejor actitud para hablar con Dios. A éstos tienes que adherirte. Lector, si cuidas tus oraciones, te aseguro que nada irá mal en tu alma.



Lector, te ofrezco estos puntos para tu consideración privada. Lo hago con humildad. Yo soy el que tiene que recordarlos más. Pero creo que es la verdad de Dios, y todos hemos de tenerlos presentes.

Quiero que oremos. Quiero que los cristianos de nuestros días sean cristianos que oren. Quiero que la Iglesia de nuestra época sea una Iglesia que ore. El deseo que hay en mi corazón, al escribir estas páginas, es incrementar y propagar el espíritu de oración. Quiero que aquellos que nunca han orado se levanten e invoquen el nombre de Dios, y que, los que ya lo hacen, vean que no oran en vano.

Y ahora, si alguien empieza a orar, u ora con más fervor como resultado de la lectura de este volumen, le pediré que haga un favor a su autor: que le recuerde en sus oraciones.


Saludos a mi hermana en Cristo, Adriana Mercado de Argentina, Dios le guarde

El Primer Papa


Primeramente tenemos que la palabra "Papa", aparte de que no aparece en la Biblia, es incluso completamente antibíblica, ya que su empleo está terminantemente prohibido por el mismo Señor Jesús en el evangelio de Mateo 23:8, 9, donde el Señor, anticipando el surgimiento de jerarquías entre sus dicípulos, les previene diciendo: Pero vosotros no queráis que os llame Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos.  Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.


El sentido de las palabras del Señor en el versículo 9, cuando dice "no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra", se refiere obviamente a no llamarle a alguien "padre" en el sentido espiritual. Pues el versículo 8 anterior se está refiriendo precisamente a la prevención de jerarquías de índole espiritual entre los cristianos.



La palabra latina Papa, que significa "Gran Padre", tiene un trasfondo pagano religioso, como era de esperarse. En la Roma pagana de la antigüedad existían una gran variedad de cultos pertenecientes a diversos dioses, sin embargo, había un culto que destacaba en importancia con respecto a los demás, este era el de la diosa Cíbele, la "Madre de los dioses". Su culto era antiquísimo, pues se le ha rastreado incluso hasta el período Neolítico (edad de piedra), con una civilización matriarcal asentada en la región de Catal Hüyük, cerca de la antigua ciudad de Iconio. Cíbele vino a Roma desde Frigia (Asia) y los romanos la llamaban Magna Mater, la Gran Madre.



La Gran Madre, por otro lado, tenía también un consorte, cuyo nombre   era...Papas, que en el griego significa Gran padre. Este era el nombre antiguo en Asia del consorte de Cíbele, pero los romanos después lo nombraron Attis (The Oriental Religions in Román Paganism, Franz Cumont, 1911, p.48).



Aquí salta a la vista, no obstante, una conexión muy evidente que resulta necesario mencionar. Es decir, Cíbele era la "Gran Madre" de los antiguos romanos, así como hoy en día la Virgen María es la "Madre de todos" los católicos romanos. Y Papas, el consorte o amante de Cibele, viene a ser ahora el Papa Romano. Porque ¿acaso no son los papas romanos los que promueven la idolatría de María? Y, ¿acaso no son ellos también los que la han deificado a través de sus dogmas, como la Inmaculada concepción y la Ascención de su cuerpo sin sufrir corrupción?.



Otro aspecto del origen y empleo pagano de la palabra Papa, lo encontramos incluso en México. Pues vemos que Fray Juan de Zumárraga -primer obispo y segundo inquisidor en México- mandó que nunca se pronunciase ni en latín ni en castellano la palabra "Papa", sino más bien Pontifex o Pontífice. Esto porque los indios acostumbraban llamarle "Papas" a sus sacerdotes paganos, y se pretendía así evitar la confusión (Apolegética historia de las Indias, Fray Bartolomé de las Casas, cap. 138, p.366).



La aparición del primer Papa, por otro lado, no fue algo que sucedió de la noche a la mañana. Más bien implicó un proceso de varios siglos a través de los cuales se fueron dando una serie de circunstancias que propiciaron finalmente la aparición de esta figura tan nefasta.

Cuando los apóstoles estaban todavía sobre la tierra, ellos establecieron obispos en las iglesias locales que habían fundado. Y, el centro de la fe Cristiana, era obviamente la iglesia en Jerusalén.Sin embargo, el martirio de Santiago (62 d.C.), pilar de esa iglesia, y la destrucción total de Jerusalén por el emperador Tito (70 d.C.), abrieron el camino después para el desarrollo de la iglesia en Roma.



El hecho que la iglesia en Roma estuviese ubicada en la capital del imperio, le confirió inmensas ventajas con respecto a otras iglesias también importantes, como ciertamente lo eran Antioquía y Alejandría. Estas ventajas consistían, por ejemplo, en que la iglesia en Roma podía intervenir ante las autoridades imperiales en favor de las otras iglesias, o representándolas, por causa de tener contactos con el gobierno. También, por su posición estratégica, empezó a prosperar económicamente y adquirir prestigio eclesiástico. Como consecuencia, la posición del obispo de la iglesia en Roma se consolidó y éste empezó a asumir la autoridad que le confería el ser la cabeza de la iglesia Romana.



No obstante, todavía durante el reinado de Constantino (313-337), cuando el Cristianismo ya se había convertido en la religión oficial del imperio Romano, el obispo romano era todavía simplemente un obispo más entre los obispos de las demás iglesias. Pues Constantino, como ya vimos anteriormente, era Obispo de obispos, Pontifex Maximus, y Vicario de Cristo. No fue sino hasta después de la muerte del emperador Constantino (337 d.C.) cuando los obispos romanos en forma tentativa- se atrevieron a empezar a reclamar una posición de prestigio, influencia, y autoridad para sí mismos. Y, las características doctrinas falsas respecto a la primacía del papado, empezaron también a ser sistemáticamente formuladas.



La evidencia histórica muestra que el incentivo básico que motivó al obispo de Roma -todavía no se llamaba Papa- el empezar a formular sus "derechos" y primacía sobre otras iglesias, fue el hecho que vio su posición amenazada por las ambiciones del obispo de la "nueva Roma", es decir, Constantinopla.

Las ambiciones del obispo de la "nueva Roma" salieron a la luz en el Concilio de Constantinopla (año 381), segundo concilio ecuménico, donde el entonces obispo de Roma, Dámaso I, no fue invitado. A llí se decretó que el obispo de Constantinopla debía tener el primer rango después del obispo de Roma, "porque Constantinopla es la nueva Roma". El propósito era, sin duda, darle a Constantinopla una posición en el imperio del Este que estuviese por encima de Antioquía y Alejandría; y Roma, por supuesto, no sería afectada (The Chair ofPeter; A History of the Papacv; F. Gontard, 1965, p. 116). Dámaso reaccionó inmediatamente, y en el año 382 un sínodo romano declaró -con obvia referencia a la decisión del año previo- que la iglesia Romana debía su primacía no a los decretos de un sínodo, sino a los poderes comisionados a Pedro por Cristo.



Roma era, según Dámaso, "la primera Sede (silla o trono) del apóstol Pedro (Ibid.)" Dámaso también añadió el término "apostólica" al nombre de la iglesia Romana; y, en su afán de reclamar suprema autoridad espiritual para sí mismo, fue el primero en apropiarse de las palabras dichas a Pedro por Cristo: "Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia" (A Woman Rides the Beast, Dave Hunt, 1944, p.102).



Representaciones de Roma y Constantinopla, ciudades rivales una vez dividido el imperio Romano Esta afirmación de Dámaso, por cierto, no fue aprobada por dos supuestos grandes teólogos católicos contemporáneos de Dámaso: "San" Agustín y "San" Ambrosio. San Pedro, escribió Ambrosio, "tenía una primacía de confesión, no de oficio; una primacía de fe, no de rango". Sin embargo, los sucesores de Dámaso en Roma se aferraron neciamente, y, por consecuencia, continuaron desarrollando las doctrinas que apoyaban la posición "especial" del obispo de Roma. Esto de tal manera que el sucesor inmediato de Dámaso, Siricio, fue el primero en llamarse "Papa", como lo atestiguan los mismos historiadores católicos romanos en sus crónicas de los papas. Sin duda, la intervención de Dámaso en la historia del desarrollo del papado, jugó un papel muy importante. Pero no solamente por lo expuesto anteriormente, sino también porque él fue el primer obispo romano en recibir el nombramiento de Pontifex Maximus, Sumo Sacerdote de los Misterios Paganos, veamos cómo sucedió:



Resulta que en el año 382 el emperador Graciano ordenó que el Altar de Victoria una diosa patraña del imperio- fuese destruido. Hasta ese entonces los senadores habían tomado el juramento de lealtad al imperio sobre ese altar. Y, antes de empezar sus sesiones, cada uno de ellos quemaba un grano de incienso sobre el altar. Cuando el Senado, que en su mayoría era pagano, fue informado del edicto imperial, mandaron una comitiva a Milán para que se entrevistara con Graciano.



La comitiva llevaba consigo la túnica de Ponitfex Maximus, la cual intentaban presentar al emperador. Y el emperador, por su parte, debía recibir el título y la túnica, pues pensaban que el sentimiento amistoso así inducido haría que el emperador cambiase de opinión. Sin embargo, el emperador terminó rechazando la túnica y el título, afirmando que resultaba impropio para un emperador cristiano (Gontard, op.cit., p.120).

Cuando el emperador Graciano rechazó el título y rito de iniciación de Pontifex Maximus, que le correspondía a él por causa de ser el emperador romano en turno, el puesto obviamente quedó vacante y fue tomado entonces por el obispo romano Dámaso. Definitivamente alguien tenía que ocupar la vacante, pues los paganos en el imperio Romano todavía eran muchos en número, como lo atestigua el historiador Gibbon en su extensa obra Decline and Fall of the Román Empire (1781, vol.V, cap. 28, p.87):



"La imagen y altar de Victoria fueron removidos de la casa del Senado, pero el emperador dejó las estatuas de los dioses que estaban expuestas a la vista del público; 424 templos todavía permanecían para satisfacer la devoción de la gente, y por todas partes en Roma la moral de los cristianos era ofendida por los olores de los sacrificios idolátricos".



El obispo romano Dámaso, por otro lado, duró poco tiempo oficiando como Pontifex Maximus. Ya que el emperador Graciano rechazó el nombramiento en el año 382 y Dámaso murió en 384. Sin embargo, es necesario hacer notar que esta transferencia del oficio de      Pontifex Maximus del  emperador a un obispo romano, resultó ser otra estrategia genial de Satanás para completar lo que ya había iniciado con Constantino, veamos a continuación los resultados que obtuvo: Había conseguido que el obispo romano, en su afán de poder, consintiera en aceptar el puesto vacante de Pontifex Maximus, Sumo Sacerdote de los Misterios Paganos; oficio que, por causa de ir contra la moral cristiana, el mismo emperador había rechazado.



De esta manera el obispo romano quedaba completamente bajo su control y poder, como todos los demás Pontífices anteriores habían estado. Una vez poseído por el diablo y saturado de energía satánica, el obispo romano celosamente se encargó de introducir el Paganismo dentro de la Iglesia. Los paganos, por otro lado, empezaron a ser aceptados en la Iglesia sin cambiar sus creencias y prácticas; y, ante sus ojos, ahora el obispo romano era el legítimo representante de su larga línea de Pontífices (The Two Babylons or the Papal Worship, Alexander Hislop, 1916, p.252).



Ahora bien, por lo que respecta al carácter moral de Dámaso, el testimonio histórico nos habla de un hombre sumamente corrupto. Pues habiendo sido inicialmente diácono, y para conseguir posteriormente el obispado de Roma, tuvo que disputárselo a otro diácono rival de nombre Ursino. Ambos, Dámaso y Ursino, habían conseguido cada uno por su parte obispos que los consagraran.Uno de estos obispos pertenecía a la ciudad de Tibur, y el otro pertenecía al puerto de Ostia.Dámaso, que era español, llegó a acumular bastante dinero, el cual obtenía hábilmente extrayéndolo de damas ricas. Con el dinero así obtenido, contrató una banda de empleados de circo, entre los que se encontraban luchadores, corredores de caballos, y otros hombres violentoscon los que atacó a los seguidores de Ursino.



La batalla empezó en la calle, después los seguidores de Ursino se encerraron en la recién construida basílica de Santa María la Mayor, conocida como "Nuestra Señora de la Nieve". La gente de Dámaso trepó al techo, hizo un agujero, y empezó a bombardear a los ocupantes con tejas y piedras. Otros, mientras tanto, estaban atacando la puerta principal. Cuando ésta cayó, se desarrolló una sangrienta lucha que se prolongó por tres días. Al final, 137 cadáveres fueron removidos, todos pertenecían a seguidores de Ursino     (Vicars of Christ: The Dark Side of the Papacy; Peter De Rosa, 1988, p.38). 

Dámaso, una vez habiendo obtenido la victoria sobre su rival, fue confirmado como obispo de Roma en el año 366. Ursino, por su parte, no se había dado aún por vencido y consiguió que Dámaso, ya como obispo de Roma, compareciese ante la corte imperial. Se le acusaba de instigación al homicidio y de financiar y organizar una guerra civil entre los cristianos de Roma. Dámaso se las arregló para que los testigos de la parte contraria fuesen torturados, y, finalmente, fue absuelto. Ursino y sus seguidores terminaron después siendo desterrados a la Galia (Francia).



El hecho que Dámaso y Ursino se hubiesen peleado como perros por el "hueso" de obispo de Roma, era porque evidentemente representaba una posición sumamente lucrativa. Cuando en una ocasión un prefecto de Roma -el cual tenía muchos títulos paganos- fue confrontado por Dámaso para que se convirtiese, el hombre respondió: "Por supuesto, si me haces obispo de Roma" (Gontard, op.cit., p.l 13).



Un escritor de ese entonces, el historiador Amiano Marcelino, sugirió que definitivamente se llevaba a cabo una reñida competencia por esa posición tan lucrativa: "Porque una vez ganado el puesto, el individuo puede disfrutar en paz una buena fortuna asegurada por la generosidad de matronas; puede trasladarse en carruaje y vestirse con magníficas ropas; y dar banquetes cuyo lujo supera el de la mesa del emperador" (De Rosa, op.cit., p.39). Se podría decir que a partir de Dámaso, los papas romanos empezaron a enriquecerse en gran manera y a poseer grandes extensiones de tierra. Esto aunado al hecho que al cambiar Constantino la capital del imperio al Este (Constantinopla), no quedó ningún emperador que gobernase en el Oeste, creándose así un gran vacío político, administrativo, y emocional. Vacío que el Papa estuvo más que dispuesto a llenar, convirtiéndose, gradualmente, en la potencia más grande de Italia y de Europa Occidental, y lo siguió siendo durante toda la Edad Media.

Aproximadamente sesenta años después de Dámaso aparece el Papa León I (440-61), el cual ocupa un lugar importante en la historia de los papas, pues llevó teóricamente la doctrina de la primacía del papado lo más lejos posible. Este Papa consiguió que, por causa de sus servicios diplomáticos prestados al imperio, el emperador romano Valentiniano III confirmara finalmente la primacía del obispo de Roma sobre todas las demás Sedes. Una vez logrado esto, León entonces proclamó que la primacía de Roma -reconocida ahora políticamente- sería heredada por todos sus sucesores (Gontard, op.cit., pp.137, 138). Además, fortaleció y exaltó su Sede en Roma refiriéndose a sí mismo como         "Pedro en la silla de Pedro";      afirmó poseer plenitud de poder (plenitudo potestaíis); y se consideraba incluso el "gobernador del Universo".

León también fue el primer Papa en adjudicarse, para su propia conveniencia, el texto bíblico deb Mateo 16:19 donde el Señor le entrega a Pedro las llaves del reino de los cielos y el poder de atar ydesatar. Tal autoridad, no obstante, no fue conferida solamente a Pedro, pues dos capítulos más adelante, en Mateo 18:18 el Señor da la misma autoridad a todo el grupo de discípulos. Y después, en los versículos siguientes 19 y 20 del mismo capítulo, vemos que se extiende este derecho a todos los creyentes.

Otra contribución principal de León a la teoría del papado, consistió en hacer una distinción entre persona y oficio. Es decir, él afirmaba que aunque un Papa fuese pecaminoso, esto no afectaba el carácter Petrino del papado. Una distinción leonina que resultó de gran ayuda después para los papas, pues así justificaron todo tipo de inmoralidad entre ellos. Durante el reinado de León también se vio, por primera vez, el nefasto primer ejemplo de interacción entre la Ley Canóniga y la ejecución de la Ley Civil. Pues a todas las ordenanzas del Papa se les dio fuerza legal, de tal manera que todo aquel que no se sometiera a la Iglesia, se convertía entonces en un hereje; y, por lo tanto, sujeto al edicto de las leyes de herejía del imperio (Ibid.).

La Iglesia Católico Romana, mas no apostólica, pues no desciende de los apóstoles sino de los emperadores romanos, formó su estructura en base al patrón organizativo del mismo imperio romano, como puede apreciarse abajo en el dibujo: Después de la caída del imperio Romano del Oeste, en el año 476, los papas asumieron el papel de los emperadores y el "matrimonio" de la Iglesia con el mundo se consumó. De ser perseguida, ahora la Iglesia se había convertido en el principal persecutor, y no sólo en asuntos religiosos, sino también en cualquier forma de libertad de conciencia, como más adelante veremos en otro capítulo. Peter De Rosa, en su libro Vicars of Christ: The Dark Side of the          Papacy (1980,p.34) describe esto elocuentemente:



"El tiempo no está lejos cuando los sucesores de Pedro no serán los sirvientes sino los amos del mundo. Se vestirán de púrpura como Nerón y se llamarán a si mismos Pontifex Maximus. Se referirán al hombre pescador como 'el primer Papa', y apelarán no a la autoridad del amor, sino al poder investido en él (Pedro) para actuar como Nerón actuó. Desafiando a Jesús, los cristianos  harán a otros lo que les han hecho a ellos, y peor aún harán. La religión que se enorgullecía de haber triunfado sobre la persecución por medio del sufrimiento, se convertirá en la fe más perseguidora que el mundo ha visto. Perseguirán incluso a la raza de la cual Pedro y Jesús provinieron. Ordenarán en el nombre de Jesús que todos los que no estén de acuerdo con ellos sean torturados, y algunas veces crucificados sobre fuego. Harán una alianza entre el trono y el altar; e insistirán que el trono es el guardián del altar y garantizador de la fe. Su idea será que el trono (el Estado) imponga su religión en todos sus súbditos. Sin molestarles que Pedro mismo se opuso a tal alianza y que por causa de ello murió. Tres siglos después que el apóstol murió en la Colina del Vaticano, la Iglesia, a pesar de la persecución, creció en fuerza hasta que vino el día en que fue tentada a echar su suerte con César"

Actor de Holliwood